Por Germán Rodríguez*
Nos miramos una, dos, tres veces, evasivamente. Nos descubrimos mirando la una a la otra, mientras la música suena a alto volumen, y casi nadie nos presta atención. Y quién sí lo hace, conociéndolo, sabe precisamente lo que pasa y no hará ningún movimiento. Me conoce, y puede reconocer en mis ojos la verdad de lo que quiero en este momento, en este instante. Su mirada no reprocha, no cuestiona, no juzga. Al menos hace tiempo que no lo hace. Sus ojos solo me gritan «No la pierdas. No tendrás otra oportunidad. Ella se irá, no la volverás a ver». Y quizás se equivoque. La veré en la cola del súper, la veré en la fotocopiadora de la universidad, la veré en la fila del cine con sus amigos, o quizás... Quizás no la vea nunca, y se vaya, y la pierda. Y los ojos verdes que llamaron mi atención desde que llegué a este lugar se queden conmigo un tiempo, mientras los días pasan y las preguntas rondan en mi mente, las mismas que siempre están. WhatIfs eternos y cínicos, que me destrozan el alma.
Me acercó lentamente… sabiendo precisamente qué es lo que me puede impedir lograr lo que deseo, conociendo plenamente la mano que la vida me ha otorgado. Siempre lo he sabido, pero nunca la había aceptado… hasta hace poco. Cuando aprendí que había sido otorgada a mí la peor mano posible, era lo que me limitaba. Cuando aprendí que no merecía la injusticia que otros causaron en mí.
Ella también se gira hacia mí, al ritmo de la música, su mente tomándose un respiro de la realidad que corre el riesgo de aplastarnos, de rompernos en mil pedazos. Su cuerpo mandándome señales de lo que su boca no puede decir, de lo que no se anima a confesar. Del secreto a voces que nos representa.
Bailamos, acercándonos de a poco, como reclamándonos. Algunos lo notan, la mayoría no, tampoco importa. Todos se mantienen impávidos, inertes, ciegos a voluntad. Acercó mi boca a la suya y me esquiva sonriendo, para luego hacer lo mismo. ¿La divertirá saber que me está enloqueciendo de a poco? ¿En qué estará pensando? ¿En cómo ocultar esto más tarde a los que sientan autorizados al reclamo? ¿Qué quiere en este momento, en este instante? Sigue jugando, tomando suavemente mi pelo por encima de mí sien, mientras yo la rodeó con un brazo. ¿Pensará en quien podría delatarnos? ¿En quién podría restringirnos? ¿En quién podría impedir lo que nos pasa? Un paso más, cruzó ambos brazos, tocando su espalda; me inclino hacia ella, y se me acerca levemente. ¿Pensará qué es lo que busco? ¿En qué hacerme una vez que me tenga a sus pies? No tengo cómo saberlo, y al final, porque mierda importaría. Solo me acerco más, dejando al cerebro haciendo ruidos, pero no prestando atención alguna a ellos. Ya no es él el que controla. Ahora controlo yo.
Desconecto. La veo dándole un beso, el primero de muchos, e intento prontamente apagar la sonrisa que sube a mi rostro al ver que al menos alguien consiguió lo que quería y merece. Mis amigos preguntan si todo en orden, si todo bien; que me fui unos segundos, pero no respondo.
Una sola de ellos entiende precisamente que me pasó, y con otro signo, distinto pero igual, asiente levemente. La señal natural y universal de la complicidad secreta entre los que nos vemos desnudos de espíritu y alma. De los que conectan de tal modo con las personas.
Estudiante, activista y escritor, de 22 años, de la Provincia de San Juan. Lleva varias cosas escritas, de ficción y no ficción, tanto en antologías y revistas como en su blog y en su cuenta de Instagram (@mgerodriguezr), además de una novela publicada: Proyecto Apocaliptia.
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