Tonino*
- Muchapalabreria
- 22 may
- 5 Min. de lectura
Por Daniel Jauri**
Nadie supo bien qué tenía. Bueno, nadie no. Los padres y algunos familiares, sí. Los demás conjeturamos, pero sin mucha profundidad, total las causas no nos interesaban. Era grande, no sabíamos la edad porque era difícil de calcular y tampoco importaba. Según nos enteramos por un comentario de la mamá, pudo hablar de forma entendible cerca de los quince. Le encantaba charlar y no se sentía mal por su articulación. Sabía de sus limitaciones mucho mejor que nosotros de las nuestras.
Y a nosotros nos importaba quién era Tonino.
Él era un amador sin límites. Eso sí, tenías que mantener su amor. Era fácil ganarlo, pero también fácil perderlo. De entrada, confiaba tanto en las personas que todas eran buenas hasta que le demostraban por su experiencia que no podía fiarse, no se dejaba llevar por comentarios. Un tipazo sin maldad, como un chico.
Robusto, fuerte, arrastraba un poco uno de los pies al caminar, inclinado apenas para adelante desde la cintura, culón. Te imaginabas la fuerza que tenía de solo ver esos brazos fornidos y las manos grandes.
Se sentaba a tomar sol en la placita de los bomberos y podía estar horas. Ahí era un personaje ilustre. Veía pasar a la gente. Saludaba y, aunque a veces breve, para todos tenía una sonrisa si le cruzaban la mirada. Las pocas veces que nadie paraba a conversar con él observaba todo y andá a saber en qué pensaba.
Con los chicos, ah con los chicos. A ellos sí les dedicaba una sonrisa y, a veces sin motivo, su risa gutural que empezaba en un sonido agudo, se hacía grave y terminaba en disfonía. Algunos iban de la mano de un mayor y recibían un sacudón para que no lo miraran, eran las personas serias y temerosas que no lo conocían. Shau, les decía a los chicos mientras inclinaba la cabeza hasta que la pera casi le tocaba el pecho. Es que Tonino enfocaba así la mirada bizca. Los ojos vivaces y chiquitos tenían visión baja. Ahora que lo pienso nunca supimos por qué no usaba lentes.
Eran otros tiempos y a las personas así difícilmente las mandaban al colegio. Pero él a veces te quería contar una cosa, agarraba papel, lápiz y con garabatos de rayas y círculos deformados te explicaba algo como si supiese escribir. Las cosas cambiaron para mejor, porque me imagino a Tonino ahora y podría haber ido a aprender lo básico.
Por dos cosas lo vi llorar, pero llorar eh. No dos veces, por dos cosas.
La mamá lo llevaba a todos lados, incluso a misa. Hacía la cola detrás de ella para la comunión y se reía mientras caminaba mirando a la gente. Es que la mamá lo dejaba sentado, pero él arrancaba detrás de un par de personas y la vieja metida en lo suyo no se daba cuenta de la picardía del hijo. Cuando él llegaba frente al cura de turno recibía una caricia parecida a un gentil Correte. Ya en el banco, la vieja le decía algo al oído y se arrodillaban los dos. La cosa cambió cuando llegó Miguel, el cura amigo de Mugica. El tipo lo agarró, le dio catequesis y habrá entendido porque tomó la comunión para escándalo de algunos. Y después de eso, cada vez que comulgaba se volvía a sentar y no paraba de llorar. Una vez, después de misa, Pichón le dijo en joda que Miguel era malo. Él se puso bravo y lo empujó. Tonino era bueno, pero no lo romanticemos.
Con el tiempo murió la mamá y ese era el otro motivo de su llanto. Cuando por algo se acordaba de ella, en cualquier lado, en cualquier momento, en la calle, solo o acompañado, se largaba con una congoja que no podías quedar ajeno, te dolía el alma. Había que estar ahí callado hasta que volviera de su recuerdo.
Lo cuidamos porque era un tipo sin maldad, ya te dije. A veces se quedaba mirando algunas actitudes que no comprendía con un gesto como, qué sé yo como. Ah sí, ¿viste la película El globo rojo? Hay una parte en que a Pascal, el pibe protagonista, no lo dejan subir al tranvía con el globo. Le hacen un primer plano y él no comprende, lo dice con la mirada. Bueno, así más o menos miraba Tonino a la gente cuando no entendía por qué hacían lo que hacían o le hacían lo que le hacían, por ejemplo el sacudón del brazo a los chicos.
Una vez Jorge me decía que Tonino era más bueno que leal. Y yo le decía que era tan leal como bueno. Aunque la línea divisoria era muy fina, se nos ocurrió algo para demostrar quién tenía razón. Cuando Tonino estuviera en la plaza, yo me iba a acercar con una caja de zapatos atada que tenía un ladrillo adentro, solo para que no pareciera vacía, y se la iba a dejar para que la cuidara porque no podía llevarla a donde iba y a la vuelta se la tenía que dar a un amigo. Yo me iba a esconder y aparecería Jorge diciendo que la caja era para él. Te la hago corta, después de cinco minutos de discusión con Jorge, me junto con ellos y Tonino me da la caja. Yo le agradezco y se la doy a Jorge. Tonino siguió hablando con nosotros y mirando pasar a la gente como si nada. Él había cumplido.
Te puedo contar mil cosas de él.
Hace rato que no lo vemos por la calle ni en la plaza. Después de que murió la mamá quedó al cuidado de una hermana que vivía con él. Ella no nos daba mucha bola y lo fue mezquinando cada vez más, a lo mejor por sobreprotectora, o se mudaron.
Tal vez se fue y entonces, ahora que me acordé de la película del globo rojo, lo imagino agarrado de un montón de globos de colores.
*El cuento surge a partir de una “consigna” en el contexto de las juntadas mensuales de Gente Rara – Colectivo de escritura. Para el evento La calle de los libros (2025), uno de los eventos culturales anuales más importantes de Berazategui, al colectivo se le ocurre contar un poquito acerca de estas consignas, cómo se piensan y cómo se llevan a cabo. Este cuento (y su consigna) es el primero de tres que conformaron el conversatorio titulado ¡Qué te cuento!
**Vive en Berazategui desde siempre. Tomó clases de teatro y actuó en forma vocacional. Integra un club de barrio donde el arte y el deporte fomentan la participación de los vecinos. Es músico y toca el saxo en una orquesta de jazz. A veces crea cuentos y relatos. En las guitarreadas pierde la noción del tiempo.
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