Por Emanuel Macedo*
Afuera los árboles pintados con cal, dejan caer algunas hojas, a pesar de la promiscua brisa se quedan quietos como una estatua viviente que no recibirá monedas. El sol se cuela por una hendija, un perro ladra más allá, por acá alguien pasa pateando una botella de plástico y gambeteando como el loco (Houseman), en su bicicleta un afilador de cuchillos le pone melodía a un tango de Troilo. El día llega al crepúsculo, de la cama al living, a volver al mundo onírico para que la decepción del domingo termine cuanto antes. Añorando un tiempo mejor, feliz como el verano, con su mar de noche, de un ébano intenso. El viento que trae la sal, la arena se escabulle entre los dedos de los pies. Acá no hay tango no hay tongo ni engaño, aquí no hay daño que dure cien años. Toda vida es un pozo de soledad que va ahondándose con los años. Pero esa noche, mi soledad, ya grande, se volvió de golpe desmesurada, como si en ese pozo que se ahonda poco a poco, el fondo, brusco, hubiese cedido, dejándome caer en la negrura. No quiero ir, nada más que hasta el fondo.
* Ema Macedo, escribe cosas, participa del taller de escritura de La Calabaza, productora cultural. Peronista, desde el conurbano al mundo.
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