Por Hansel Anthony Llontop Garcia*
He aquí el inicio de las vacaciones, acabo de cerrar mi laptop en señal de que las clases virtuales han concluido, la pandemia aún continua, sumado aquel cielo azul deslumbrando por mi ventana que no me deja estar tranquilo, en la radio de la cocina se escuchaba “Que viva Chiclayo” en la voz de Lucha Reyes, tierra generosa a mucha honra como dicta aquella canción, aún más con el calor norteño que azotaba Jayanca cada rincón, que hasta el mismo diablo en su infierno no podría ante el poder del dios sol, el norte peruano dependía de un hilo, cada día producto de la pandemia se sumaban fallecidos, era de terror.
De nuestra localidad no podíamos disfrutar las bellezas, pues el Perú estando en estado de emergencia, un virus ganando terreno como una condena, tan solo nos quedaba esperar el toque de queda, el miedo invadía la tierra tranquila y amistosa, caía la noche y se mostraba silenciosa, con militares cuidando cada esquina luchando por salvar nuestras vidas, por mi ventana a los vecinos de las casas aledañas veía, con cara de frustración de no poder con esto, pero sacaban fuerzas como cual guerrero, para no terminar aún en el “Divino Maestro”, el cementerio al que muchos le tienen miedo, guardamos minuto de silencio, pero como tal Lambayecano con la frente en alto caminamos derecho, para seguir con la tradición que nuestros padres nos inculcaron en el pecho, seguimos en pie de lucha por los que continúan y por los que se fueron.
Pasaban los días, pero permanecía la alegría, quizás de una forma confundida, ya que el miedo a cada poblador invadía, salí un rato con temor a recorrer las calles y liberar el estrés de estar encerrado día a día, recordando cuando iba a pasear por la Viña, majestuosidad de la arquitectura, que por el momento en nuestros recuerdos perdura. En cada paso que daba seguía recordando cada pieza que embellecía al lugar y en “Jotoro” me puse a pensar, eché un suspiro en una esquina al voltear, sonriendo cuando iba su centro arqueológico visitar, tantas personas que se enriquecían con nuestra cultura, colegios como “Manuel Burga” o “Manuel Seoane Corrales” que con su historia y tradición iba a visitar de “Jotoro” cada piedra, cada rincón, con nostalgia se me vienen aquellos recuerdos explorándolo al pie del cerro y no sometido a este encierro.
Con lágrimas en los ojos me asomaba a la plaza mayor frente a la iglesia “El Salvador” persignándome en señal de respeto hacia el altar divino, apoyado en la barandilla que cubría el monumento de la uva disfrutando de la tierra del vino. Aún atemorizado por el virus, pero de pronto alegre al escuchar la trompeta, bombo y platillos, era un pequeño grupo de varones animando las calles, mientras las personas desde sus casas aplaudían por un instante retornaba la algarabía a un pueblo de alma embellecida, no todo se tornaba tan mal, desde lejos me acordé de la festividad de la Cruz del Camal, en tiempos de tempestad las reglas había que respetar, pero el zapateo imposible de negar, era hora de retornar a casa, pero primero una llamada a mi madre, ya que el hambre era insoportable, pero una sorpresa les esperaba, pase por doña “Laurita”, para recoger una deliciosa “Causa”, potaje norteño que hace tiempo no probaba.
Del almuerzo era hora, tan exquisito plato acompañarlo con una Chicha de Jora y brindar por los que se fueron y los que permanecen hasta ahora, atravesando una pandemia, mejores tiempos vendrán y esto quedará para la historia, en algún momento el Perú gritará victoria, de la mano de esta gente que lo llevará hacia la gloria. ¡Qué Viva Jayanca!
*El autor de este relato es Hansel Anthony Llontop Garcia, de la ciudad de Trujillo - Perú, estudiante de la Universidad César Vallejo de Trujillo, cursando el sexto ciclo de la carrera de Psicología, 21 años de edad, lo pueden encontrar en redes sociales como Hansel Llontop en Facebook e Instagram: @hansllontop.
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