La malla, la carne al sol, la piel celulítica, la panza redonda como una mediomundo.
La blancura de los blancos, la negrura de los negros.
Las tetas hechas, caídas o tungentes. Triangulitos que te muestran la porción que quieren.
Las tetillas (algunas) peludas, (todas) erizadas por el agua en el cuerpo en contacto con el viento.
Se vuelan los pelos, los sombreros y las sombrillas.
Tu cuerpo flamea como la bandera del guardavidas, flácido. Nada se disimula. Aunque hiciste fierros, aunque usas cremitas.
Naturaleza de los cuerpos con arena en el culo cuando se levantan de la lona para el chapuzón.
El sol marcando la piel para que cuando te arda te acuerdes que no es joda.
Desnudos, vírgenes, iguales. No importa el género.
La ropa es nada.
El mate y el churrero lo son todo, comas churros o no.
La alegría de los niños en el mar es siempre tan verdadera como las pocas verdaderas de la vida.
El mar nos iguala.
Estás cargada como una bolsa de piedras pero el despojo es absoluto: en el contacto con el agua flotas como pluma.
La fuerza del mar que es la de naturaleza hace lo que quiere con vos (y con cualquiera).
Sin embargo, vos, tu forma de mirar el mundo y de escucharlo, tu manera de querer y entender el amor podrían destruirlo todo...
Contradictoriamente también vos, que sos un punto, indefenso y vulnerable, sos la semilla.
Humanos contra humanos por la naturaleza, siendo parte de ella. Qué paradoja.
Acá somos la potencia, esa semilla.
Ni la profundidad del mar, ni la inmensidad del cielo pueden con eso.
Una búsqueda, una intención, una idea.
Mirando al mundo pensando en el futuro, escuchando su reclamo, amando lo que da, lo que existe y entendiendo el cuidado como parte de eso.
Acá, una semilla indefensa y vulnerable que encuentra en la tierra y en su defensa el milagro de la naturaleza que somos.
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