Por Ayelen Rodriguez
Hoy se murió
el papá
de una querida amiga.
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No lo conoces,
pero lo conoces;
o mejor dicho,
lo conocías.
Tu amiga destrozada.
La gente llora.
La gente lo llora.
Vas al velorio porque tenes que ir.
Tu amiga destrozada,
no entiende,
nada.
La gente lo llora,
y te cruzas con gente, que sí conoces,
que conoces bien,
y también está destrozada.
Y no sabes qué hacer.
¿Qué se supone que tenés que hacer?
Tu amiga,
destrozada,
sin entender,
tiene la mirada perdida
y la cara hinchada,
de tanto llorar.
No hay consuelo.
El corazón partido,
la burocracia de papeles y trámites que no acaba,
que agudizan la herida,
que sangra en el corazón.
Pensás en el paso del tiempo.
Pensás en la "ley de la vida",
en quién será el próximo,
en qué injusto es todo.
Y mil cosas más,
en relación al futuro,
y también al pasado.
Ella sigue destrozada,
sin entender.
Tiene la mirada perdida ,
y la cara hinchada,
de tanto llorar.
No hay consuelo.
La consolas,
pero no hay consuelo.
Pasan las horas,
se acerca el último adiós.
Todo es gris,
y por momentos se pone aún más oscuro.
El grito de todos,
incluso de los que están en silencio,
se escucha fuerte.
Asoma la oscuridad de un negro que lo opaca todo.
Afuera no llueve,
pero parece que sí.
Eso que asoma,
se instala por completo,
y la tristeza inunda las almas,
de los que sin entender,
acompañamos el ritual de cerrar un cajón.
Pero, más importante, acompañamos el dolor,
de los amigos.
Y es definitivo.
No lo volveremos a ver nunca más.
Y tú querida amiga,
cambió para siempre.
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11/3/2019.
En memoria de Jorge Vargas.
La imagen es de María Solana Rubio.
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