Por Ayelen Rodriguez
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Junio: tenés el tinte amarronado de las hojas que caen, del ciclo de la naturaleza, de la bufanda con sol. Dejás la marca del viento que mueve afuera y adentro también, para renovar la vida, la historia y a esta mujer.
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Junio: sos el otoño más lindo, que anticipa la helada, la escarcha de julio en la madrugada. Sos tibio en el medio del día y fresco al anochecer, cambiante, asomando la noche temprano y perpetuándola por más tiempo.
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Junio: sos mi mejor versión a toda hora, me ampliás, me extendés, me iluminás, me engrandecés. Hacés de mi cuerpo una masa de emociones intensas, desbordantes, y de mi mente sacas el brillo en palabras que componen poesías, cuentos y canciones.
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Junio: el sexto, sos vértigo, lo nuevo, lo lindo y el miedo. Vas rápido y a la mitad del año cortas el calendario para traer respiro, alegría, festejo. Sos el baile, la reunión, la demostración de afecto no esperada, y la de siempre que reconfirma los lazos, la unión.
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Junio: sos inmortal en el instante en el que te volvés carne. Me convierto en dos mitades de dos corazones que laten. Traés vida, traés magia, siempre inalterable entre mayo y el otro, en la plaza con gorro, con estufa en la casa, y yo en las estrellas del primero al treinta.
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Junio: te transitamos, durás un rato pero te pensamos constantemente. Entre las últimas flores, las lluvias dispersas y el sol en mis mejillas, sos la maravillosa combinación para las despedidas. Porque la renovación que traés ve partir el pasado, y alborota preámbulos sobre todo lo que viene y pasa, hasta que vuelva a estar en el próximo junio escribiéndote, procurando un año más de vida, un año nuevo de amor.
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