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Sobre un cuarto propio, Un millón de cuartos propios y los que vendrán

Por Carolina C.*


Todos los meses paso por una librería a buscar una suscripción literaria. Casi todos los meses me vuelvo con la suscripción... Y con un libro más.


Hace un tiempo escuché en algún lado que Un cuarto propio, de Virginia Woolf era, como toda la obra de esta escritora, vanguardista en cuanto a la reivindicación de la mujer. Nunca había leído nada de ella, así que le pregunté al librero por ese título. Me dijo que era un ensayo, pero que era "la puerta de entrada" a la literatura de Woolf. Y que era un libro que había que leer.


Lo compré, lo leí. Me encantó. Tan clara, tan directa, tan avanzada (lo escribió en 1929) y tan vigente. V. W. va contando cómo prepara una conferencia dónde tiene que hablar de las mujeres novelistas. Y nos pone en situación sobre lo difícil que es ser mujer novelista (cosa que, ya sabemos, se extiende a cualquier otro oficio o profesión) y la importancia de tener un lugar, "un cuarto propio" para poder trabajar, para poder pensar en libertad, donde no ser interrumpidas. “Las mujeres nunca tienen media hora...que sea realmente de ellas” (página 90).


Pero no es solo eso. En 1929, Virginia ya se había dado cuenta de la necesidad de muchos hombres de señalar la inferioridad de la mujer para marcar su “superioridad”. Y por supuesto, eso se extiende muchas veces hacia otras personas más allá de su género. Hacer sentir al otro inferior, para sentirse superior uno, que bajeza.


Hay otras cuestiones en el ensayo que trascienden el género. Por ejemplo, la angustia que provoca tener que trabajar para vivir (necesitarlo económicamente) y tener que hacerlo sin que te guste tu trabajo.


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La claridad de Woolf de entender lo que pasa, de leer el mundo, su época, promueve también la importancia de la intelectualidad (hay que estudiar, hay que leer, para poder pensar críticamente) y la afirmación: “cuando un libro carece de poder sugestivo no puede penetrar en la mente” (página 131). Esto se une a la idea de pensar en común (página 89): Virginia Woolf dice que una obra maestra (y otras cosas, agrego) no se hacen aisladas y en solitario. Los productos de la cultura, cualquiera sean, pertenecen a su lugar y a su época.


Leer, estudiar, conocer, trae consigo la construcción de un pensamiento crítico. Poder re-leer un libro escrito en 1929, situados en la contemporaneidad, es también una manera de entender esa contemporaneidad.


Eso hizo Tamara Tenembaum, en Un millón de cuartos propios (2025). Relee (por enésima vez) el ensayo de V. W. y analiza e interpreta sus palabras a la luz del Siglo XXI, un “tiempo ajeno”. Ajeno para Virginia, pero también para Tamara.


La autora va recorriendo los tópicos del ensayo de 1929, rescatando y comparando las distintas miradas desde los distintos tiempos, tratando de encontrarle el sentido actual.


Así, en la página 82, creo que nos encontramos todas un poco, cuando, analizando la idea de una “mente incandescente” para poder escribir, Tenembaum presenta también la dificultad de concentrarse en lo que sea con el cansancio y desgaste de las dificultades de la vida cotidiana. ¿Quién puede escribir una obra maestra de la literatura (o una tesis de maestría) cuando tiene que pensar en cómo llegar a fin de mes, cuando la hija más chica necesita zapatillas y a la más grande se le rompieron los lentes? Porque estas cuestiones continúan siendo, casi cien años después, aunque tengamos a nuestro lado un “compañero en serio", es decir, que tome las mismas responsabilidades, obligaciones y preocupaciones de la mujer, de la madre.


En este sentido, Tamara de la mano de Virginia y de todo lo que pasó desde entonces, reflexiona acerca de la lucha feminista, tan radical y encarnizada en una época, una suerte de “moda” en otras, y un tanto tibia en la actualidad. El feminismo y las decisiones personales son algo político, el error muchas veces fue y es confundir la lucha colectiva con las decisiones personales. Personalmente creo, y adhiero a ambas escritoras, que la lucha central del feminismo tiene que ver con una ampliación de derechos y de igualdad. Derecho a elegir lo que una/uno desee para su vida privada (con el debido respeto y sin dañar a otras y otros). Igualdad para tomar decisiones y adoptar una posición propia, responsabilidad ante las elecciones privadas y compromiso colectivo con el resto de las personas (página 97 a 100).


En el capítulo dedicado a la comida no sólo se destaca la relación entre los ámbitos de poder, de igualdad, de deseos y aspiraciones con relación a lo que comemos, sino también a la mesa y la sobremesa como lugar de intercambio (social, intelectual), y el acto de cocinar como “escape” del trabajo. El hecho de hacer con las manos para desconectar la mente. Eso lo experimento en carne propia: cortar una variedad de verduras para hacer una sopa, por ejemplo, me pone en un estado de relajación tal que, paradójicamente (o no), se me ocurren ideas o soluciones a distintas situaciones tanto de trabajo como de la vida cotidiana. Más el extra de sentir el olorcito a sopa y disfrutar un plato con vino tinto, pan y salchichón (gracias, Sabina), tan reconfortante luego de un largo día lleno de diferentes actividades (página 110).


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Más adelante, Tamara (así como ella decidió llamar Virginia a la Woolf, me tomo la misma licencia, creo que es una forma más cercana de interactuar con su punto de vista) analiza las ideas en torno al trabajo. Nos sitúa en un presente donde parece ser que el trabajo lo es todo, que hay que ser hiper-productivo. Pero también introduce las generaciones que sufren el trabajo, que solo lo toman como un mal necesario para subsistir.


Además, recupera la importancia del descanso. “La elevación del sabático al estatus de lo sagrado nos insinúa que el ser es un modo de existencia más elevado que el hacer” (página 147, cita de Cohen).


Entre la discusión sobre el trabajo (si nos gusta, si sólo sirve para subsistir, si “dignifica” como alentara el peronismo) está también la liberación de la mujer como relegada al encierro de las “tareas del hogar” hacia la posibilidad de trabajar para salir al mundo, para encontrar un lugar y ser reconocida, valorada, útil (ahora sí, a la vista de todos). Aún en un mundo donde todavía, en muchos lugares, el trabajo de la mujer está oprimido, es desigual. Es un primer paso haber logrado salir, tener un lugar, y desde allí poder continuar la lucha (páginas de 168 a 171).


Este antiguo y aún presente malestar en la sociedad, tanto con respecto a las mujeres como a otras minorías configura muchas veces un resentimiento. Sobre esto, Virginia considera que, si no logra subsumirse, empaña las cosas, las ideas, la literatura. Tamara duda entre la fuerza a cambiar las cosas que muchas veces impulsa el resentimiento, y el peligro de quedar empantanados allí.


Coincido en este punto con que hay que salir del lugar del resentimiento, me parece muy alentadora la afirmación de Tamara: “lo inesperado pasa” (página 208) y la invitación, hacia el final de capítulo, de reflexionar cada uno de nosotros: ¿Cómo nos paramos frente a la vida, y frente a las cosas malas de la vida? ¿Qué hacemos con las cosas negativas?


El ser humano suele detenerse en la nostalgia y la tradición, lo viejo siempre fue mejor, las cosas como antes... Tenenbaum tampoco trae certezas sobre esto, y recuerdo a Dardo Scavino y su Pensar sin certezas. Es necesario aprender a convivir con la incertidumbre.


Creo que hay que aprender de la tradición sin caer en la nostalgia ciega, creo que hay que revisar críticamente el pasado, aprender de él para poder operar en el presente, porque muchas veces: “lo viejo funciona, Juan”, porque muchas veces aprender de lo anterior nos permite no repetir errores. Pero también hay que entender que debemos vivir el presente, aventurarnos a lo incierto, salir de la zona de confort.


“El futuro es el lugar de lo desconocido y lo indeterminado, lo que tenemos que habitar antes de comprender; (...) amigarnos (...) con el riesgo (...) repensar el concepto de <espacio seguro> (...) en la intimidad (...) en la esfera pública nuestra tolerancia a la diferencia (...) debería ser muchísimo mayor; no solo porque eso es la convivencia democrática, sino porque es una especie de educación para lo inesperado que forma subjetividades mucho más abiertas” (...) (página 219).


Tamara va cerrando su ensayo recordando el emotivo cierre del ensayo de Virginia, donde invita a las mujeres a escribir simplemente porque, con cierta inocencia que encubre su astucia, dice que a ella le gusta leer. Es un pedido que en realidad es un aliento, un voto de confianza, un decir “ustedes pueden”. Tamara redobla la apuesta; nos pide, nos dice, que necesitamos a aquellos que hagan cosas aún en los tiempos más oscuros... “Necesitamos a (...) los que a veces dudan de si vale la pena eso de trabajar en la pobreza y en la oscuridad, pero siguen trabajando, por las dudas” (página 237).


Un cuarto propio, Un millón de cuartos propios, y todos los que vengan, son libros para leer con otros, para re-leer y discutir, para pensar y construir.


Espero con ansias sus opiniones al respecto. Gracias, Carolina.


*Nació en Santa Fe hace ya varios años. Es arquitecta, docente en la UNL, y continúa estudiando. Ávida lectora, apasionada por el dibujo, lleva diarios de viaje y cuadernos de croquis, como así también registros de lecturas y de cine. Coordina grupos de exploración creativa con propuestas que arma cada mes a modo de “Mapas creativos”, donde presenta distintas actividades de autocuidado, disparadores creativos y “desconexión” de la rutina para conectarse con uno mismo. Pueden conocer más de ella ACÁ.

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