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Soliloquio: una carta al analista

Actualizado: 23 oct 2020

Por Sebastián Saravia*



Estimado Doctor:

Disculpe las molestias, soy yo otra vez. Roberto. Sé que la primera sesión de psicoterapia es el lunes próximo a las 15:30 hs. Esta es la tercera carta que le envío. Como le escribí antes estoy sin internet y ésta es mi única forma de comunicarme. Necesito ir poniéndolo en tema. Algo así como el estado de mi situación, para ahorrar tiempo vio. Y ya en su consultorio, escucho lo que tiene para decirme.

Le cuento Doctor: Hace más de diez años que estoy en pareja con mi mujer. Es el amor de mi vida. Cada día que vuelvo del trabajo, la beso en la frente y nos sentamos a conversar. Es un momento hermoso. Ella prepara el mate, siempre amargo. Es increíble que cada vez le salga mejor, si es un poco de yerba y agua caliente. Nos reímos mucho juntos, sabe. No se imagina la hermosa sonrisa que tiene, Doctor, digna de una publicidad de pasta dental, jaja. Vuelvo a besarla y le digo que la extraño. No es rutina. Es la magia nuestra de cada día.

Mientras mi señora ceba, la miro a los ojos, nos sentamos y le toco la rodilla –mire que he visto rodillas en mi vida, pero como las de mi mujer, nunca. Conserva las de su adolescencia: bronceadas y firmes. Ojo, no es que me gusten las adolescentes no me malinterprete, Doctor–. Es como si en esa caricia hubiese miles de te amo condensados. Yo lo siento así. No hace falta que hablemos. Todo transcurre en una mirada.

La gente del barrio nos dice que vivimos enamorados. Todo el tiempo conquistándonos. Doctor, espero siga leyendo estas líneas. Le cuento que tenemos con mi mujer un proyecto: construir nuestra propia casa. Hace unos años vivimos en un terreno que le pertenece a mis suegros, y queremos independizarnos. Lo vemos posible porque ambos nos esforzamos, escatimamos en gastos y hacemos lo necesario para ahorrar. Cada que vez que termina el mes, los sueldos de ambos los invertimos en un pozo común. Lo llamamos: La Casita.

Con mi mujer nos conocemos de toda la vida. Como esos amores que nacen desde chicos. Siempre anduvimos juntos. Jugando a las escondidas nos dimos nuestro primer beso. Un beso sencillo pero hermoso. Nos pusimos de novios sin saberlo. Sexualmente, cada uno fue la primera vez del otro. Como le dije Doctor, la amo mucho.

Le cuento una infidencia: en la adolescencia, una vez dijimos que íbamos a bailar y nos quedamos los dos solos, mirándonos, nos besamos con los ojos, después con los labios. Dígame Doctor, ¿alguna vez, escuchó de un amor así?

Son muchos años juntos ya –si llega a ver que no lo sé exactamente seguro se enoja. Estoy enamorado de mi mujer. Se lo recontra juro.

Nos amamos, y a nuestros 39 y 43 años, nos seguimos viendo como el primer día. Pero debo confesarle Doctor que, a pesar de ser este un contexto muy favorable, porque amo a mi mujer, hace un año que veo todos los días –de lunes a viernes– a otra mujer.

Le aseguro que hasta me da vergüenza escribirlo. Pero es así. Esto es posible porque volvemos juntos en el mismo transporte. Nos conocimos ahí, las miradas nos cruzaron, entre toda esa gente que uno considera sus compañeras y compañeros de viaje. Así fue que un día sentí que la miraba diferente. Ella me sonrió y perdí. Fue el inicio de todo, comenzamos a hablar en cada viaje de vuelta, de estar medianamente lejos a estar un poco más cerca. Hasta que quién llegaba primero de los dos al tren, hacía un poco de lugar con su mochila o campera para que el otro se acomode ahí. Algunos viajes juntos y nos pasamos los números de celular. Hasta hubo un día en que ambos faltamos a la vuelta mancomunada. Habíamos decidido salir a tomar algo juntos.

Me sentía pleno, Doctor, no sé cómo explicárselo. Como si me hubiesen inyectado una dosis de adrenalina. Creo que el hecho de que, moralmente no debiera hacerlo, me daba valor. ¿Será que lo deseado es lo prohibido?

Ella me hace sentir cosas que son nuevas a las que siento con mi mujer. Pero la sigo queriendo, se lo digo de nuevo y no le miento. ¿Me estaré volviendo loco?, ¿se puede ser infiel y estar enamorado? En definitiva Doctor, ¿el deseo y el amor, son lo mismo?

Toda esta situación está explotándome en la cabeza. Mis amigos no me dan una respuesta concreta. Mucho menos unánime. No quiero esperar más. Necesito que me alguien me diga qué hacer. Por quién decidirme. Mi señora o ella.

Le pido por favor Doctor, no me venga con esto de que es necesario una serie de entrevistas. Eso llevaría tiempo. Justamente lo que no tengo. Imagínese mi estado de desesperación que ayer haciendo el amor con mi mujer casi digo el nombre de ella. No dormí en toda la noche.

Le pido no se escude en la ortodoxia, en los pasos a seguir. Sáltelos por mí. Se lo suplico. Es una situación desesperante. Debe poder hacer excepciones. El lunes necesito su respuesta.

Por eso me decidí a sacar turno con usted. Acudo por ayuda pero ya sé lo que va a pasar. Me lo imagino… Usted no me va a decir nada. Va a escucharme y listo. Me verá sufrir. ¿Eso le agrada? ¿Sería capaz de estar toda la sesión sin hablarme o decirme algo? Usted es cruel Doctor.

Resulta que ahora nadie me dice lo que debo hacer. No me venga con el cuento de que en cada decisión hay una pérdida porque ya me lo sé, Doctor. Ahórrese ese discurso. Necesito una respuesta ¡No una pregunta!

Y si me va a consultar por lo que yo quisiera hacer, es simple: no sé. Pero cualquier decisión me afectaría mucho. Ella me vuelve loco. A mi mujer la estimo.

Prácticamente pongo mi vida en sus manos. Mi presente. Mi futuro. ¡No sé qué hacer!

Espero al lunes, necesito una respuesta. O quizá ya me respondí…

Saludos Cordiales,

ROBERTO.


 

* Lector y jugador. Licenciado en Psicología por la Universidad de Morón. Ha realizado un Posgrado en Clínica psicoanalítica de niños y adolescentes (Centro Dos). Integra la cátedra de Psicología Institucional UM(). Autor del libro "Escuchar jugando. Intervenciones respetuosas en psicoanálisis con niños y adolescentes" (Letra Viva). Compilador del libro: "Psicoanalisis con libros" (Ricardo Vergara Ediciones).

Para leer otro artículo de Sebastian en este blog, podes ir ACÁ.

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