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Yo conmigo

Actualizado: 16 ago 2019

Por Ayelen Rodriguez

Me guardo.

Me hago bolita, chiquita chiquitita.

Junto mis partes, hago que se encuentren.

Me huelo, me rasco, me peino, me limpio, me acomodo.

Me escondo entre las sábanas, aunque no esté acostada, aunque no esté en la cama.

Me guardo, me meto para adentro.

Me toco el cuerpo.

Me observo.

Estoy parada. Pero ¿cuanto lugar ocupo en realidad? ¿Cuánta superficie? ¿Cuánta superficie en tu corazón? ¿Y en tu mente?

¿Cuántas veces me pensaste hoy?

Sin darme cuenta, un gesto hace que me toque la nariz. No me acordaba de su forma. La veo a la mañana cuando me miro al espejo, mientras me lavo los dientes, pero nunca le presto atención. Nunca la pienso con detenimiento. Es mi cara, son mis manos tocando mi nariz. Pero nunca me toco dándome cuanta. Muchas veces lo hago, pero pocas con conciencia. Pocas veces, como esta, pienso en eso. Nunca creí necesitarlo de verdad. Que ironía.

Acá guardada, me acuerdo de cosas, personas, palabras dichas al aire, gritadas en recitales, contadas en cenas familiares, en un camping de vacaciones, en el colectivo. Me acuerdo de mí, de cómo era antes, de mis gustos, de mi cuerpo, de mis ideas. Todo tan distinto, todo tan igual. Llevaba ilusiones que hoy son realidades y otras que hoy ya no son nada. Me acuerdo momentos con absoluta claridad, como fotos, y otros borroneados. En algunos me reconozco y en otros soy otra. Soy la misma pero otra. Los demás me describen, en esa que soy yo misma, pero no me reconozco tanto, o no me reconozco nada, y los otros describen escenas y me suponen ideas que nadie, ni yo, puedo contradecir. Que ironía.

Sigo guardada. Si fuese un gigante me metería yo misma en un cajita, como a un juguete, una pieza, una ficha. Por dentro, bailan, saltan y se chocan las más diversas emociones y pensamientos.

Estoy quieta, guardada, inmóvil, parada. Pero pienso en las vueltas que he dado, para movilizarme así, toda, por dentro. Por suerte hay en mí un cuerpo que limita y alberga todo eso que se mueve en el interior.

Me acuerdo de que sin darme cuenta me toque la nariz y se me viene la idea del dedo gordo del pie que hoy no ví. La idea del dedo gordo del pie que tengo, decía, en el mío, sí, en mi dedo gordo. Lo voy a ir a buscar para después estar segura de poder reconocerlo entre cientos, miles, de dedos gordos de pies. Para recordar que es mío y de nadie más. Es probable que este cuerpo mutado, que seguirá virando en formas y que ocupa tantos otros espacios sea lo más mío que tenga aunque casi nunca me toque pensando en eso, ni cuando las piernas se cruzan en la silla, ni cuando me pongo la remera.

Ya después de haberme olido lo suficiente saldré de la cajita. Hay un mundo para explorar ahí afuera con detalles enormes que tal vez nunca he vivido con conciencia. Y visitaré nuevos espacios, físicamente, claro, siendo mi masa corpórea un cúmulo de carne con sentimientos. Y también visitaré nuevos espacios en tu corazón y en tu mente, en esa extensión de mí misma que yo ni siquiera sé que existe donde sí existo, existí o existiré. Nos vemos ahí.



 


La ilustración es de Ana Santos.

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