Por Ayelen Rodriguez
La playa del PacÃfico era el paraÃso de revista que siempre quiso conocer. SabÃa que famosos como Luis Miguel tenÃan casa allà y la combinación de amores platónicos adolescentes con su gusto por la playa hacÃan de Acapulco de Juárez el lugar anhelado. Desde muy jovencita habÃa proyectado ahorrar dinero para ir; desde su primer trabajo en el que ayudaba a su tÃa costurera a hilvanar dobladillos hasta ahora, con treinta y pico. Un buen trabajo en un banco internacional le permitÃa concretar de una vez su gran sueño.
Sacó los pasajes tres meses antes y empezó a pagar el all inclusive también con anterioridad. Una compañera de trabajo, que venÃa de una relación amorosa conflictiva recientemente terminada, serÃa su acompañante en la aventura del hotel cuatro estrellas con pensión completa y tres piscinas a orillas del océano.
Cuando llegó el dÃa, entre nervios y felicidad llamó a su viuda madre que desde siempre habÃa provocado, sin querer o queriendo, las interrupciones de sus buenos momentos añorados. Como cuando la señora cayó internada de apendicitis dos dÃas antes del festejo de sus quince, o bien cuando se fracturó el pie antes de que fuera su fiesta de egresados en el secundario. Su madre, depresiva desde la viudez, no era amable con sus amistades, cuando de adolescente se juntaba con sus amigas a hacer las tareas. Tampoco lo habÃa sido con las pocas parejas que alguna vez le habrÃa presentado, por lo que habÃa resuelto no presentarle ningún noviecito nunca más.
Paula habÃa entendido hacÃa mucho que su madre no podrÃa compartir ni disfrutar sus momentos felices. Mayormente le ocultaba información y muchas veces no le compartÃa sus logros. Desde que se habÃa mudado sola a Capital mantenÃa a un costado sus temas más Ãntimos y si bien el trato con su madre era frecuente no le comentaba sus cosas, sino que se mostraba muy interesada por saber lo que sentÃa o necesitaba. Porque, de hecho, su madre siempre necesitaba cosas, demandaba tiempo, dinero, atención, y más.
Cuando se acercaba la fecha del viaje no tuvo más remedio que advertirle que finalmente conocerÃa Acapulco. Eran veinte dÃas de pura fiesta, en los cuales ella no tendrÃa ganas de saber nada de Argentina, asà que fue más bien un comunicado y una sentencia: "hablamos cuando vuelvo, ma". Su hermano, asÃ, estarÃa obligado a visitar a su madre una vez por semana. VivÃa a dos cuadras con su esposa e hijos pero visitaba poco a su mamá últimamente. SerÃa en esta oportunidad él quién mediante mensajes esporádicos le dirÃa que todo iba bien.
Cuando llegó el dÃa, Paula estaba feliz. El viaje en el avión estuvo fantástico, sin escalas directo al relax. El hotel era lo que imaginaba, todo accesible, cómodo, impecable. Su compañera de trabajo, ahora compañera de habitación, era de lo más simpática y ella sentÃa que entre las dos se estaba gestando una linda amistad. Y el mar...ah, el mar. El agua era tal cual se veÃa en la revista.
La primera noche ya se tomó dos tequilas en el bar abierto 24 horas que tenÃa el hotel. Sin duda se trataba de un sueño cumplido y de las mejores vacaciones de su vida.
Mariano cerraba el lavadero a las seis en invierno. Era sabido que nadie lavaba su auto más tarde de las seis. Su trabajo le encantaba, los autos le gustaban desde siempre. Tal vez mecánico, tal vez ingeniero, pero el destino lo habÃa llevado hasta acá, consecuencia de una pasión por los fierros que de niño le habÃa inculcado su padre. Estaba casado con Daniela desde hacÃa ocho años y tenÃan a Paz de cinco y a Teo de tres. Se sentÃa bien con su rol de padre, no asà con su relación con Daniela. No sabÃa descifrar si era desamor, falta de pasión o qué, pero hacÃa bastante que no se sentÃa bien con ella y le costaba afrontar la situación. Últimamente, los muchachos que habÃa contratado para el secado lo notaban disperso y pensativo, pero no se atrevÃan a preguntar por qué.
HacÃa unos meses habÃa pensado en retomar sus clases de tenis que tan bien le hacÃan fÃsica y espiritualmente. Mariano sabÃa que su relación con Daniela era un tema sensible y a su vez terrorÃfico para él, que no lo dejaba ocuparse de todas sus cosas.
HabÃa decidido, entonces, afrontar el asunto y hablar con ella. No sabÃa bien qué iba a decirle pero algo iba a empezar a poner en palabras. Era martes y antes de llegar a su casa pasó por lo de su mamá porque le quedaba de paso. La señora estaba muchas horas sola comiendo harinas y engordando como vaca para el matadero. SolÃa hacerle bien que alguno de sus hijos la visitara para ella explayar sus lamentos. Mariano entró a la casa. Abrió la puerta con sus llaves, le llamó la atención escuchar la televisión. A las seis terminaba el programa de chimentos, asà que por lo general la tele estaba apagada para esa hora. Fue hasta la cocina y se horrorizó al encontrarla sobre la mesa, inmóvil, frÃa, con comida alrededor. Gritó. Lloró. Salió a la vereda. Pasaron varios minutos hasta que llamó al 911. Luego, llegó la policÃa, se llevaron el cadáver y determinaron que una aceituna habÃa provocado la muerte natural por asfixia de la señora. Pasaron horas entre que Mariano llamó a Daniela, ella llegó y lo ayudó, empezó el tramiterÃo y los nenes se quedaron en la casa de un vecino. Pasó más tiempo hasta que les entregaron el cuerpo y directamente fue a la casa velatoria donde lo colocaron en un cajón grande, porque al ser gorda la señora el cajón era de los más caros a pesar de que iban a cremarla y no a enterrarla, tal cual habÃa sido su voluntad expresada más de una vez.
Pasaron dos dÃas, hasta que comenzó por fin el velorio y asà pudo llegar su hija Paula, que hacÃa tres dÃas se habÃa ido de vacaciones a Acapulco.