Comida italiana
- Muchapalabreria

- 23 jul
- 2 Min. de lectura
Por Elisabeth Morrone*
Anochece y ella amanece. Estira cada miembro de su cuerpo rígido. Respira cada partícula de oxígeno, aunque no necesite de ese acto reflejo tan humano.
Se sienta en la cama y el espejo le devuelve una versión de ella a la que todavía no se acostumbró. Su cabellera es una maraña pálida, amarillenta. Separa el pelo a la mitad con un tirón y pasa los dedos a modo de peine, desenredando, tirando, dejándolo presentable lo más que pueda.
Se da un último vistazo y sonríe orgullosa con su nueva dentadura imponente.
Sale de su morada y el cielo esta desnubado. La luna ilumina el camino que ella transita todos los ocasos, buscando a alguien que la alimente, y que le devuelva por un instante la calidez al cuerpo.
Arrastra los pies en la tierra hasta que pisa el concreto. Piensa que se siente más agradable el cemento que el pasto, en la tierra podría pisar algún bicho, como le ha pasado muchas noches, y aborrece la viscosidad que queda atrapada entre los dedos. Será un monstruo, pero las buenas formas y modales nunca se pierden.
Entonces sucede, aparece esa hedorización que desprenden los humanos. Se acerca de a poco hacia donde el olor la lleva. Lo ve, en la plaza sacando fotos a una estatua, piensa que es un piatto squisito mientras acorta la distancia, y no puede evitar sonreír ante la oportunidad de saborear una auténtica comida italiana.

*Vive en Almagro y estudia en la UNA la carrera de Licenciatura en las Artes de la Escritura. Desde que aprendió a leer devora libros sin parar, pero siempre supo que leer no la completaba, hasta que encontró en la escritura esa pieza del rompecabezas que estaba perdida y su mundo cambió completamente.
Actualmente divide su tiempo libre entre apuntes de la facultad y escribir reseñas para editoriales y autores independientes.









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