Por Ayelen Rodriguez
Amina juega ... a las cartas, a la quiniela y al bingo. Pierde y gana dinero, no le importa realmente. Ella solo quiere jugar.
Se acuerda de cuando era chica y también le gustaba jugar. Sobre todo le gustaba apostar. Así, tal cual es ahora.
Amina no es de esas personas que te parecen complicadas en una primera impresión. Sin embargo, su hermana dice que es adicta, y ya la mando a hacer terapia. Amina dice que no va ir nunca, dice que no se siente cómoda hablando con un desconocido. A pesar de eso, cree que tiene varias cosas para repensar sobre su vida (si es que para eso debería ir), pero prefiere mirar para otro lado. Eso a su hermana no se lo dijo. Igual, su hermana lo sabe.
Al bingo va diariamente, cuando Carlos se va al trabajo, a no ser que llueva mucho (tiene que ser un diluvio). De camino al bingo, juega a la quiniela (cualquier número, por azar, porque lo vió, porque es el aniversario de algo o de alguien, porque lo soñó, y así). En el bingo tiene una sola cábala: se prende el cigarrillo antes de elegir la mesa. Y de poder elegir, elije el cartón con el numero tres, su numero favorito. Más de doscientos pesos no juega nunca. Si gana, bien; si pierde se vuelve. Una vez, ganó y ganó y se quedo hasta las siete. Todos se acuerdan de esa vez.
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Este relato pertenece a la serie Va a sonarte raro.
Hablemos de nombres raros, como el de Fahrelnissa Zeid.
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