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Baraja

Por Juan Ezzelino*


Casino flotante de Buenos Aires, sábado a la noche. Con mucha expectativa, algo de ansias y un poco de nervios entramos orgullosos, seguros y elegantes.

El mundo era nuestro.

Va a ser la primera vez que Florencia juega al blackjack contra tantas personas. Estuve como un mes para explicarle todo el manejo, cómo tenían que ser las señales, cuando desdoblar y el mejor momento para irse, no podía perder. De todas maneras, soy consciente de que una cosa es la teoría y otra, la práctica.


—Esta es nuestra noche —le digo guiñándole el ojo, para transmitir confianza —¿te acordas la historia no?

— Sí, soy santafesina, con un complejo de cabañas que alquilo a extranjeros.

—Perfecto.


La noto bastante confiada, lo que me tranquiliza un poco. Siempre me gustaron las minas con carácter. Súmale que es joven y muy bonita. Me hace acordar a mi primera novia.

Nos sentamos en la mesa, cada a uno a su respectivo tiempo y empieza la partida. Todo se desarrolla con mucha soltura y naturalidad, la pila de fichas crece como planta bien cuidada y yo estoy que no puedo dar crédito a lo que veo.

Se da un cruce de miradas.


—Felicitaciones —le sonrío con la cordialidad de quien tuvo una buena educación y la picardía de un viejo verde.

—Gracias.

—¿Cómo te llamas?

—Florencia ¿usted?


Me causa gracia que me trate así, de usted. Usando ese tono que marca distancia y advierte repulsión. Todo estaba entre las cosas que le expliqué. Me enorgullece y me gusta un poquito más.


—Abelardo, y tutéame, te lo pido por favor.


El sueño comenzaba a concretarse. Flor y yo parecemos sincronizados. Me toco la nariz, ella deja de pedir cartas, se pide un fernet, me levanto con mis fichas hacia la ruleta, disimular, perder un poco, volver a otra mesa. La llamo poniendo mi saco en el respaldo de la silla.

El groupier reparte las cartas y en esta ocasión, mantenemos el monto, ganamos poco, perdemos poco, seguimos igual. Que el resto de los competidores empiecen a confiarse.


—¿Sabes jugar?

—Si —dice simulando estar ofendida.

—¿Si? Mira que no digo de saberte las reglas, hablo de saber jugar.

—Averigualo.


Bajo la mirada y de reojo, veo como Flor se vanagloria frente a los otros competidores, en su mayoría mujeres. En el momento de planearlo, confieso que tuve mis dudas sobre si el “Abajo al patriarcado” funcionaría, pero se dio. Todas (o todes o como sea que le digan ahora) dejaron todo el pozo.

Respiré profundamente y me planté. Flor hizo lo mismo, fue un empate.

Dos ases, una K y una Q.

Se reparte el botín. Esta vez, yo soy el que pide el fernet. Flor se va con la frente en alto al traga monedas. A la hora voy yo y me siento en la máquina que está en frente.


—¿Y?

—¿Qué?

—Contame, ¿cómo estás?

—Ahh, bien todo bien.

—Buenísimo. ¿Siguen los nervios o ya pasó?

—Pasó, ya pasó.


Me doy cuenta que, efectivamente, estaba más tranquila, la noto más suelta que cuando entramos.


—Perfecto, con un juego más ya estamos como para irnos. Siempre que las matemáticas no me fallen.


Me mira con curiosidad.


—¿De verdad?

—¿De verdad qué?

—¿De verdad sabes exactamente cuánto dinero falta?

—Hasta el último centavo, todo acá adentro —le digo señalándome la cabeza.


Veo cómo sonríe. Es de las que aprecian la inteligencia. Eso siempre suma.

—¿Te puedo hacer una pregunta personal?

—Depende —me río.

—¿Qué pensás hacer con tu parte?

—No sé, ¿vos?

—Primero, invitarte a cenar —se ríe.

—Dale boludo, ¿en serio?

—En serio, esto merece celebrarse.

—Claro, sí.


Veo cómo sacude la cabeza mientras dirige su mirada hacia arriba y se muerde el labio inferior.


—Después de cenar me podrías mostrar como festejan los jóvenes.

—¿Eso te sirve?

—¿Cómo?

—Ese chamuyo barato ¿sirve?

—No sé, mañana te digo.

—¿Mañana?

—Con el desayuno —se ríe mientras se muerde los labios de nuevo.

—¿Te puedo preguntar algo yo?

—Decime.

—¿Qué pensás hacer con tu botín, de verdad?

—¿Te réferis a después de cenar juntos? —se ríe nuevamente.

—Sí.

—Retirarme. De una vez y para siempre.


Termina el recreo y vamos a hacernos con el resto del tesoro. A estas alturas me siento envalentonado. Decidido, pero algo cansado. Estoy seguro que así fue como se sintió Alí en ese último round contra Frazier.

Me acomodo en la mesa nuevamente y al rato aparece Flor.

Presenciamos con alegría y satisfacción la nueva montaña de fichas. Así nos miramos, respetuosos y solemnes. Como el artista que contempla su obra maestra.

Era hora de ir a casa. Mi vida estaba hecha.

Salimos, Flor y yo nos miramos, sonreímos, se me escapa un pequeño grito de euforia que no puedo contener. Caminamos unas cuadras hasta los autos.


—¿Vamos?


Se ríe nuevamente y con media sonrisa apoya su mano en mi hombro.


—Hoy no. Pero mañana podríamos vernos, si te parece.


Lo pienso un poco, a ver si podía salirle con algo de mi repertorio de -como dijo ella- chamuyos baratos. Siento que es inútil y hasta contraproducente. Ella me da un beso en el cachete y se va con su parte.


—Mañana nos vemos.


Se sube al auto y se pierde en la noche.

La verdad es que no puedo quejarme, logré lo que quería y puedo decir que mi vida, finalmente, está resuelta.

Pero en mi imaginación, la velada cerraba diferente. Supongo que hay escenarios que, simplemente, no pueden ser.


Me despierto con un terrible golpe de la puerta y la policía entra intempestivamente con una orden de allanamiento. Me sacan esposado y semidesnudo con un buzo cubriéndome la cabeza. Sólo pienso en Flor, en encontrar la manera de advertirle, ver la forma de zafar, escaparnos a Uruguay.

Nada de eso hizo falta, estaba al volante.



 

* Nació un 12 de diciembre de 1989 en Quilmes.

Abogado para trabajar, artista para vivir.

Se interesó en la literatura desde chico, especialmente esas historias de héroes y villanos como "Robin Hood" o "Los Tres Mosqueteros".

Actualmente fanático de la saga de Juego de Tronos, Edgar Allan Poe y Charly García.

Instagram: @lavereda.del.sol Wattpad: @JuanM1289


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