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Boxeo

Actualizado: 31 jul 2019

Por Ayelen Rodriguez


Es una guacha, una forra. Los perros corrían, narcotizados por las ruedas de los autos y de este lado del ring, con el frío de la noche del invierno, terminaba un pucho, lleno de bronca. No quería entrar a la casa. Sabía que ella ya se habría adueñado del sillón y del control remoto para hacerme saber que mantendría el resto de la noche esa actitud de directora de colegio que tanto detestaba, haciendo zapping entre los canales de cocina y los de televisión latina que me causaban rechazo. Lo haría a propósito, cómo siempre.

Cómo es posible, pensaba, que se ponga así por semejante pavada. Orgullosa como pocas, no iba a dar el brazo a torcer jamás y yo ahí, cagándome de frío como un pelotudo. Estábamos cada uno en la esquina del cuadrilátero peleados, peleándonos, limitados por paredes blandas y aunque no nos veíamos nos sentíamos, detestándonos, rechazándonos, enemigos deseándonos el mal.

Yo con una mano en el bolsillo y la otra acompañando el cigarro a la boca, con los perros ladrando ahora a algún gato que estaba en la penumbra. Y ella, mullida en el sillón con un cafecito mirando la novela mexicana seguro, y objetos, sonidos y luces que le brindaban el calor del hogar y la comodidad de la buena vida.

Siempre fue más rápida que yo, más astuta, y siempre logró conseguir la mejor parte de todo. Como la porción de pizza con más queso o el último pedacito de la tableta de chocolate que se comió el jueves aunque yo me lo había guardado para el fin de semana. Que bronca me daba.

Mientras pasaba el rato, con frío, oscuridad y cigarros, pensé en volver a lo de mi vieja pero desistí rápidamente porque sé cómo es mi vieja y no, no era una alternativa "volver a casa". Después, pensé en caer en lo de Gustavo, porque bueno, lo banco en todas y me debe favores. Tal vez me mande a dormir con su nene, pensaba, en una pieza llena de cosas referidas a Minecraft y tenga que soportar a la mujer que es desagradable y que creo, no pondrá mayores resistencias a convivir unos días conmigo. Sí, pensé, voy a ir a lo de Gustavo hasta que encuentre un alquiler. Una vez tomada la decisión, el entrenador que tenía en la cabeza me decía cosas como: "... Esta la ganas toda. Te corresponde el lavarropas, y el somier. Si quiere el sillón que tanto le gusta que te pague las cuotas de la tarjeta que recién van cuatro de doce". Yo estaba claramente abatido, débil, triste, desahuciado y me creía poco capaz de triunfar. Ella siempre fue más inteligente que yo para resolver las cosas, pensaba. Pero mis pensamientos eran entusiastas, así tal cual la escena de boxeo, el tipo sangrando en la esquina, a punto de perder la pelea y el entrenador agitando y dando confianza, esperando el milagro, el golpe de suerte, la sorpresa. Entonces, sabiendo que perdería pero haciéndome el que no, con la cara íntegra pero el corazón roto, apague el último cigarrillo aplastando la colilla en la tierra de la maceta, cosa que a ella le molestó siempre. Entré a armar la mochila pasándole por enfrente pero ignorándola. Ella, muda, me miraba de reojo. Después de haber sacado cinco calzones y unas remeras, resignó la comodidad del sillón y dejó la tele, que no estaba en corte publicitario sino que la mexicana se escuchaba en una escena que parecía importante para alguien que como uno, medianamente sigue la historia por convivir con alguien que la mira a diario.

Se acercó. Hizo un monólogo de al menos 20 minutos, donde entre otras cosas me pedía perdón. Creo que hasta casi lloró. Ella siempre tan piola y ventajista, me ganó por afano la pelea como era de esperarse porque me comió la boca en cuanto pudo, con aires de campeona cuando aún no estaba nada definido. En el centro del ring nos amamos fuerte una vez más, en una reconciliación cuerpo a cuerpo, dándolo todo.

Ella, canalla, hace las cosas tan bien que logra hacerme sentir el perdedor más afortunado del mundo.


 

El cuento fue leído públicamente en el Segundo Recital de Relato Breve y Poesía que se realizó en La Calabaza Productora Cultural, el día 12/07/2019, inspirado en la presentación del libro Monstruo domingo, de Gustavo Ramos, editado por Charco -editora artesanal-..

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