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Carta cuento a dos, tres, capaz cuatro personas - De Marta, María o Mariela

Camila Caligiuri*


Últimamente pienso demasiado en la irresponsabilidad que tenemos por lo ajeno y lo mucho que los demás dicen pensar, sentados en algún café de Belgrano o en alguno medio pelo cerca de la estación de Flores. Como si los pensamientos de los filósofos, los escritores y los demás humanos sólo salen de la cabeza con una infusión en la mano. Como si, en realidad, las grandes promesas y lo más ingenioso de nosotros no fuese pensado mientras cagamos, somos infieles o barremos un piso.

Volviendo a lo otro, sé bastante sobre hacerme la desentendida cuando lastimo a los demás. No es para justificarme, mucho menos darme la razón, pero como mujer de mediana edad ya entiendo que todavía no acepto que puedo dañar a una persona. Esto va de la mano, sencillamente, con mi verdad universal: sólo me puede lastimar alguien que me importa, y yo sólo puedo lastimar a otro si le importo. Y todavía dudo de importarle a alguien, en ese sentido tan extremo.


Igualmente acá estoy, sentada en el café sin ninguna idea y sin ganas de pararme porque en el fondo sé que mis mejores libros fueron pensados mientras hacía las cosas mal. Mientras me iba de casa sin decir chau, mientras entraba a la de otros sin invitación, mientras me refugiaba en algunas bocas poco lindas.

Sigo acá, después de medio siglo de agravios, de dificultades para relacionarme y de bocas poco lindas, sigo escribiéndote como todos aquellos que le hablan a un destinatario que no existe porque lo que no llega, no es. Sigo sentada en bares que me demandan párrafos para ver si llego a comer a fin de mes y yo, una importante boluda de Belgrano, me preocupo por si me seguís queriendo. A pesar de mis agravios, a pesar de mis idas de casa, a pesar de que los jueves no eran tuyos y nunca lo fueron.


¡Y sigo pecando! Porque en realidad no sé si te quiero.


Siempre me hablás de lo que no podés —los “callate un poco” empezaste a decirlos los últimos años, a veces ni los escuchaba—. Que sos, que no sos, que la vida, que sos mala.


Una vez me dijiste ojalá fueras como ella. Y viste lo que pasa con las comparaciones, los gritos no gritos y todas esas boludeces que te revientan el corazón.

Alguna vez fui ella y ya no lo soy más. Sé que era la estética, como si la lindura y los ojos dulces ganaran y ganaran peso en tus recuerdos. Y alguna vez quise volver a ser ella, pero se me imposibilita viajar entre barcos porque las olas son muy fuertes, y me cuesta nadar por debajo por el tema de la corriente. Se me imposibilita volver a ser ella por la simple razón de que ya no estoy segura de si quiero serlo.


Sé que me pediste que no hable del no puedo, pero no pude correr entre flores ni subir montañas: no me da el alma para ver todo desde arriba. Y después de medio siglo todavía me da bronca no ser de las que estudian mucho, laburan fuerte o tienen dones. Dones que no requieren sentarse en el barcito de Belgrano.

No sé si puedo ver negro en lo blanco y tampoco sé si podré, algún día, dejar de decir no puedo.


Hoy pasé de vuelta por la casita de provincia, la misma por la que pasé hace diez, quince, veinte años. Y sé, por alguna razón en la panza, en el vientre, que vos pasaste hace diez, quince, veinte años atrás; ¡y me da esperanzas! La nostalgia va de la mano con lo que se extraña y sé que, de alguna forma, extrañás la casa de provincia y también me extrañás a mí.

Es que aunque haga un recorrido por todos los café de Capital Federal, sé que mis mejores relatos fueron tuyos. Escritos con dedos rápidos, desesperados por poner una letra detrás de la otra, sin comas, sin puntos. Y a lo largo de los años me di cuenta de que lo hice para pedirte perdón desesperadamente.


Pero te pido disculpas, porque como vos no pudiste sacarte el sabor a ella yo no puedo evitar estar en lo clandestino. En lo prohibido, lo que queda lejos, lo que del sabor amargo viene y se endulza, de a poco, en años, en días.


Capaz me gusta más lo que me trae dificultad, pero no puedo negarlo ni mentirte: siempre los demás me trajeron más felicidad que vos. Sin arriesgarme a una metáfora, sin consultarte por tu dolor, me atrevo a decir que aunque algo sea bueno no siempre es lo mejor. Y no fuiste lo mejor: casualmente siempre te recuerdo como el más bueno pero no como el que me hizo amar. Podría echarte la culpa e, inevitablemente, culparla a ella. Podría enumerar todo lo que hiciste mal y aún así no sentir nada de nada comparado con otras bocas poco lindas.


Te pido disculpas porque sigo fomentando en cada renglón lo irresponsable que soy con los corazones ajenos y lo lejos que quedé de vos en cada letra. Pero tengo esperanzas de que capaz, en algún lugar en todo el mundo, entre pájaros y algunos árboles, al este, al norte o al sur, en donde se van los lenguajes muertos, nuestros chistes internos y las promesas que quedaron en la punta de los labios, todavía estemos nosotros. Un lugar en donde sí exista el cariño que te tuve y en donde yo pueda afirmar a gritos que creo en el amor.


Debo creer, sino no estaría sentada en el café, escribiendo cartas, buscando palabras. Es que capaz, haya algún lugar en la punta del mundo en donde se refugien los amores muertos como el nuestro. Capaz estamos hechos para querernos, pensarnos y compararnos con otros. Para ser esa eterna hipocresía que los dos sabemos que existe. Pero somos valientes: aceptamos lo justo y la verdad, sin metáforas, sin mentiras.


Capaz, capaz, capaz, en algún lugar del mundo todavía estamos.


Desde Pinterest, del autor Tito Merello Vilar.

 

* Escritora argentina de veinte años. Vive en la Ciudad de Buenos Aires y comenzó a publicar sus relatos y poemas a través de las redes sociales. Escribió el libro “De Raíces”, pronto a publicarse en julio de 2021 de la mano de Niña Pez Ediciones. Le gusta hablar y escribir desde el amor. Pueden contactarla a través de Instagram @capapeles o de su mail cami.caligiuri10@gmail.com.

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