Por Claudio Szapiel*
¡Otra vez polenta! Así no se puede vivir. Siempre la misma comida, las mismas cuatro paredes; nunca una caricia, un abrazo. Me tengo que ir de acá. Tengo que conocer el mundo.
-Bobbyy, vení a comer –gritó Marta.
Y dale con la polenta sola, ponele onda vieja, y adentro le tiró dos huesos de caracú que le sobraron de la sopa, ¿no se da cuenta que darme eso y una piedra es lo mismo?
Necesito un plan, esto no puede seguir así. Tiene que ser el viernes, Carlos trabaja, los chicos en el cole y Marta se va a la feria. Será el viernes.
Ahí va, se moja el pelo en la cocina, agarra la bolsa, el monedero, chequea que las hornallas estén apagadas y sale. Bien. Voy a esperar cinco minutos por las dudas.
Listo, el Bobby se va. Voy a extrañar a Chatrán, ese molesto gato pelirrojo que supo ganarse mi amistad, es una pena que no ande por acá, me hubiera gustado despedirme. Ahora que lo pienso, Bobby y Chatrán, no les dá ¡eh! Tienen un mundo de nombres originales, Chip, Tirante, Dionisio, Lunicampinki, pero no, Bobby y Chatrán. No nos merecen. Bueh, el colo no aparece, me voy.
Da un salto a la mesada, escala la parrilla y un último estirón lo deja en el techo del vecino. Allí estaba el colo, durmiendo.
-Eh, qué hacés vos acá, ¿te creés gato?
-No, me voy a la mierda, me cansé.
-¿Seguro? Y qué vas a hacer.
-No sé, pero de acá me voy. Te voy a extrañar, cuidate.
Libre al fin, aunque no sabía qué hacer con esa libertad. Corrió, caminó, caminó y corrió. Aprendió a conseguir agua y comida y a poner cara de ternero degollado cuando hacía falta. Pero aún le restaba algo; conocer el mundo. Sabía que no lo iba a lograr caminando. Intentó con un bondi y lo bajaron a patadas. Vio pasar un tren y lo siguió a la estación.
Allí había un montón de gente con camisetas y banderas azules y amarillas, que casualmente son los colores que ven de forma más clara, a diferencia del rojo y el verde, que lo perciben como un amarillento. Había un par de perros también, un cruza de pitbull con quién sabe qué y un cruza de ovejero con quién sabe qué.
-¿A dónde va este tren? –preguntó el Bobby.
-A Constitución, vamos a ver a boquita –contestó el ovejero.
Se abrieron las puertas, subieron los hinchas y uno llama a los perros:
-Negro, ¡dale, adentro!
Los canes suben y el Bobby siente un pitido como si fuera a explotar una bomba. Pi pi pii, y comienzan a cerrarse las puertas, pega un salto y llega a entrar.
-¡Negro! ¡Te pusieron Negro! Si eras marrón te ponían Marrón, no te la puedo creer. Y Vos decime que te llamás Rocky y me muero muerto acá mismo.
-Grrrr, -respondió el pitbull confirmando la suposición.
Llegaron a Constitución y fueron a la cancha.
-Escuchame, nos hacemos los boludos y cuando estemos a un par de metros, pegamos un pique rápido y entramos, ¿Ok? -le indicó el Negro.
Disfrutaron del partido y de cuanto chori y bondiola caía al piso.
-¿Te volvés con nosotros? –preguntó Rocky.
-No, no, me quedo por acá. Quiero conocer el mundo.
Debía buscar un lugar donde pasar un tiempo, intentó en el club y en un par de restoranes, pero no funcionó. Hasta que cayó al cuartel de bomberos de La Boca –para él, pintado de un amarillo amarronado-. Ahí lo adoptaron enseguida sin que perdiera su amada libertad. Pero aún restaba un requisito indispensable: ver que nombre le ponían.
Capitán, manguera, Schiavi, tiraban nombres. Uno propuso Bobby y casi da la vuelta y se va, hasta que alguien dijo Paterson y a todos les gustó.
Paterson es un buen nombre, me voy a quedar por un tiempo.
* Claudio es periodista, fotografo y artesano. Berazateguense y escritor de cuentos en sus ratos libres.
Contacto: clausz@hotmail.com.ar
La imagen es de: Sheila Chen
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