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Pétalo

Por Ayelen Rodriguez


Salí de casa. Agarré Mitre y llegué hasta la parada. Eran las siete. Todas las mañanas el mismo recorrido, voy guardando las llaves en el camino y me acomodo el saco que tan cómodo me resulta, es de mis prendas favoritas, sin duda. "Me encanta mi casa", pensé. Sentí el otoño cuando miré hacia arriba y los árboles estaban flacos.

En la parada, la señora con las bolsas me sonrió como hacía todos los días. El tipo del puesto de diarios armaba pilas de papeles que supongo que iría a repartir en un rato.

Llegó el bondi. El colectivero me conoce bien. Marca el valor sin necesidad de que le aclare hasta dónde voy. Igual se lo digo: "hasta el correo". El colectivero tiene la cara manchada, los tres primeros botones de la camisa de la empresa desabrochados a propósito y sé que fuma aunque nunca lo ví fumar.

Me siento en un asiento de atrás. Y me pierdo escuchando música hasta que un olor intenso me trae a la realidad. Cuando abro los ojos el colectivo está lleno y ya no entra un alfiler. Paradójicamente el colectivero para igual para que más gente suba como pueda.

El olor se intensifica. Creo que por la humedad.

Prefiero cerrar lo ojos y pensar otras cosas. "Que fea que está mi casa", pensé. No quisiera volver hoy.

Entredormido, escucho una señora que se pone a hablar por celular respondiendo un llamado. "Que ganas tiene de hablar tan temprano", me dije. Por suerte yo ya me bajo.

Piso el asfalto. El saco ya me queda más ajustado no es como cuando tenía treinta. Me miro el zapato, y sobresale un pétalo de la rosa china de la vecina. Se ve que lo pisé camino a Mitre. La rosa china siempre deja caer sus flores en otoño.

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