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Un árbol de Ciruelas

Por Juan Ezzelino*


En el patio hay muchas flores: jazmines, helechos y malvones. Pegada a la canillita de la pared, que usamos para darle agua a Felipe, hay un limonero bajito que tiene una botella colgada en una de las ramas (no sé para qué sirve). Lo bueno es que, como es bajo, me trepo fácil. Eso sí, ojo que las ramas son frágiles.


Al fondo de todo está la parrilla, donde ando en patineta mientras el abuelo lee el diario antes de que esté lista la comida. Ahí hay un bañito que sólo él usa y también está su taller de carpintería al que supuestamente, solo entra él, aunque yo entro igual. Yo entro igual porque es mágico. Ahí siempre (sí, siempre) encuentro espadas, escudos o aviones y puede salir un caballero medieval, un pistolero o Robin Hood.


Justo contra la pared del taller mágico está el rosedal, hermosísimo pero peligroso. Felipe le tiene miedo, Robin Hood no; salvo esa vez cuando quiso hacerle un regalo a Lady Marian y se pinchó las manos. Las rosas están como atentas. Son agrandadas y están seguras de sus espinas. Se las ve bastante cómodas al lado del enorme árbol de ciruelas. Un árbol muy ancho y muy alto. Creo que tienen un acuerdo, son amigos. El árbol cuida a las rosas de la lluvia, ellas asombran a todos de lo lindas que son y por último, nos da ciruelas. Las frutas más dulces y ricas que se puedan probar. Mucho mejor que las compradas. No se usan sólo para comer, sirve para otras cosas, como hacer malabares, estrujarlas hasta que se te hagan puré en los dedos y, si están duras, sirven para un tenis, siempre y cuando el abuelo no mire. No dice nada, pero le molesta.


Todo eso pasa en el verano, porque en el invierno las ramas del árbol están todas secas y el rosedal casi no tiene pétalos. Parece todo un bosque tenebroso. Tanto que te da miedo acercarte y preferís quedarte agazapado en el limonero, jugando con la botellita colgada y revolearla de un lado a otro; pero no, ahí sí que el abuelo se enoja.


Lo que hay que hacer es armarse de valor, mirar al árbol de ciruelas y treparte hasta bien arriba del todo, conquistarlo, darte cuenta de que le encanta ser el centro de atención, por eso tiene ramas fuertes y grandes, no como las del limonero, que se quiebran más fácil. El árbol de ciruelas da frutas en verano y te deja treparte en invierno para que la diversión dure todo el año.


En primavera es lo mejor, porque las rosas, Felipe y yo nos tiramos a dormir la siesta. Todos abajo del árbol de ciruelas, fresquitos y contentos.


También me avisa cuando hay que empezar el cole. Lo hace tirando todas (sí, todas) las ciruelas al piso, lo mismo sus hojas. Las va tirando todas, haciendo como un colchoncito donde Felipe juega mientras no estoy así no extraña tanto.


Eso sí, es muy importante cuidarlo bien, que no le entren bichitos, vigilar que del tronco no salga savia y fijarte si da menos frutos. Si es así, no pidas de más, regala, avísale a las rosas que todo va a estar bien. Hay que cortar las ramas podridas y ver que no haya telarañas.


Es importante no subírsele si está así, abrazarlo, decirle que lo querés. Es verdad que a veces da miedo (en julio) pero no te olvides que es tu único y gran amigo. Hay que llevarle agua y visitarlo los sábados, aunque Felipe ya no esté para acompañarte.


A todos los patios le suma que haya un árbol de ciruelas, si lo tenes aprecialo y cuidalo, no sea cosa que las rosas se queden sin su refugio y vos, te olvides lo que era jugar.


 

* Nació un 12 de diciembre de 1989 en Quilmes.

Abogado para trabajar, artista para vivir.

Se interesó en la literatura desde chico, especialmente esas historias de héroes y villanos como "Robin Hood" o "Los Tres Mosqueteros".

Actualmente fanático de la saga de Juego de Tronos, Edgar Allan Poe y Charly García.

Instagram: @lavereda.del.sol Wattpad: @JuanM1289

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