Por Luiz Seroni*
Apenas abrió los ojos se sintió raro, se quedó de costado en la cama, quieto miró la nada por un rato largo. Se incorporó despacio, no vaya a ser eso de los mareos, se dijo. Eso no era. Sentado en la cama la extrañeza seguía, era otra cosa. Se cambió lento, como dándole tiempo a su cuerpo a despertarse, tal vez era eso, pero no. En el baño se miró al espejo con tiempo, hacía mucho que no lo hacía. Buscó por todos los rincones de la cara algo extraño y no encontró nada. Se descubrió más viejo, pero eso no lo preocupó. En la cocina, sopló el fuego para avivarlo, luego tiró leña fina y arrimó la pava. Miró por la ventana, y los perros seguían echados en la galería, le gustaba levantarse antes que cante el gallo. Se sintió contrariado y confundido, no le gustaba no andar sabiendo las cosas, menos las suyas. Un escalofrío recorrió su espinazo, no vaya a ser que me caiga, pensó. Entonces se sentó, no por miedo sino de precavido, nomás. Se cebó unos amargos y seguía con el entripado. Prendió un tabaco y le dio una seca profunda, los pulmones sintieron el sacudón, como que no sé lo esperaban tan temprano. Don Zoilo tosió fuerte, algo le vino a la boca y lo escupió para afuera. Ahora se empezó a preocupar de ese vació desconocido que molestaba adentro. Tiró un churrasco a las brasas, no sea cosa que sea hambre y estoy pensando cosas raras, se cuestionó. Lo comió vuelta y vuelta con galleta de campo, y un trago de caña.
Cantó el gallo y lo encontró con la panza llena pero seguía con eso que algo no andaba bien ese día. Le entró a la caña nuevamente y estiró el brazo para ver si no era eso del tembleque en la mano. La vio como la conocía, curtida y firme. Será un presagio de algo malo como la tía Felisa que se despertaba con esas cosas y a media mañana ya sabía el nombre del muerto, o cuando le tocó la panza a La Matilde y le dijo acá hay más de dos crías y cumplió, porqué La Matilde tuvo tres hijos de un saque. ¿Será que voy a heredar ese “don”?, sería extrañísimo, esas cosas se saben de gurí. Don Zoilo seguía pensando. Mirando para afuera se acordó del zaino, no sea cosa que le ande pasando algo, como somos carne y uña capaz, estoy sabiendo la tragedia. Entonces manoteó un torrón a azúcar y se lo fue a ver. Lo recibió como todas las mañanas moviendo la cabeza de arriba para abajo. Don Zoilo acarició su frente, y le arrimó la azúcar a la boca, relinchó de alegría como lo hacía todos los santos días. Pucha, esto tampoco es, se dijo. ¿Qué mierda me anda pasando entonces? Se preguntó. Será cosas de santos entonces, al guachito Gil lo tengo medio abandonado. Se fue derechito al santuario de la estancia y le prendió una vela, y por las dudas le echó tres rezos. Se santiguó y salió. Nada, seguía igual. Volvió al rancho con la extrañeza a cuestas, el sol estaba completito arriba del horizonte. Se miró para adentro con ganas, no le gustaba nada seguir con la intriga. No era la salud, no era el zaino, no era la brujería de la tía Felisa, ni cosa de santos. Tenía esa mierda, y no podía ponerle nombre, ni sacarla para afuera. Pensó en la patrona, ¿será La Amanda?. Ensilló el mate y salió con la pava para la pieza, la despertó de un empujón y le alcanzó un mate en silencio. Amanda se despabiló rápido por el alegrón, le cebó cuatro o cinco mates medio enojado por la desilusión de encontrarla bien y tener que seguir buscando qué le andaba pasando. Se fue para la cocina sin decir palabra, tantas preguntas se había hecho y no había abierto la boca todavía. Con el sol alto Don Zoilo montó su zaino con un atadito de ropa en el recado y encaró la tranquera a puro galope. Arebencazo limpio se perdió en el horizonte. Los que lo vieron pasar comentaron, al tiempo: era como si hubiera visto la luz mala. No supieron más nada de él ese día, ni el otro, ni nunca se tuvo noticias. Ni en la estancia, ni en el pueblo, ni en la provincia. Amanda no lo extrañó nunca y cuando le preguntan, comentaba, estaba raro ese día, hasta me cebó mate en la cama. “Cosa e´ mandinga”.
Ilustración de Tamara Esposito.
Su Instagram ACÁ.
*Luis Seroni nació en la cuidad de Quilmes, provincia de Buenos Aires en 1962. Vive en Bariloche desde los años 90. En el 2019 editó su primer libro Dejando el silencio atrás.
Su mail: seroni@speedy.com.ar
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