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Facón de plata

Actualizado: 23 oct 2020

Por Luis Seroni*


Cirilo Moreira se levantó cuando ya le dolían las costillas de estar tanto tiempo tumbado en la cama. Se lavó la cara con agua bien fría, para despertar la poca vida que había en su cuerpo. Sintió la flojera. Hasta parecía que le habían hecho un daño. Pasó varias épocas de vacas flacas, pero como esta, ninguna. Rascó la lata de yerba y le alcanzó para un mate cortito. Miró para afuera, la lluvia y el sol escondido entre las nubes no ayudaban mucho. Los perros flacos que iban y venían sin ladrar hasta la tranquera, con unas ganas de agarrar el camino e ir quién sabe dónde. La gotera ya había llenado el balde, y era lo único que se escuchaba. Cirilo atragantado de angustia miró el rancho que perecía una tapera. La cortina descocida y transparente no atajaba ni una sombra. Los ganchos del techo que supieron colgar una pata de chancho o un chorizo en épocas buenas. Ahora los podía contar, desconociendo que eran tantos. La mesa desvencijada y esas ganas diarias que tenía de hacerla leña para no pasar frío por las noches. Las manchas de humedad y ese vidrio roto donde el viento entraba sin pedir permiso. Lo único que brilló fue el facón de plata del tata, sobre el ropero. Se asomó como mostrándose solución. Lo manoteó y le tembló la mano cuando pensó en venderlo, pucha canejo, es lo único que tengo del tata, se dijo. Miró a la Tomasa que dormía enferma. Los chuchos de frío parecían despertarla, a cada momento. Y esa tos seca que la acompañaba, hacía días. Es una mujer fuerte, pero no quiere abusar de la poca suerte que le queda. Ni tabaco para pitar tenía. La noche anterior habían comido livianito, pero para el mediodía no había nada. Se fue antes que se despierte la Tomasa, no queriendo ver su cara de tristeza. Sabiendo que la vergüenza solo sirve para ser hombre, manoteó el facón y salió para afuera. El zaino lo esperaba empapado en el palenque, le tuvo que ajustar un punto más la cincha de lo flaco que estaba. Salió al trote con el facón en el apero para la talabartería de Don José Jusid. Entró y un par de paisanos acodados en la barra tomaban grapa y contaban zonceras. Cirilo sacó el facón y se lo entregó en mano a José que lo miró disimulando su interés. Lo relojeó de arriba abajo y por último preguntó:

¿Qué quiere hacer?

Venderlo dijo Cirilo, atorado por el dolor.

Aprovechando su necesidad y sin una pisca de vergüenza dijo: Le puedo dar 14 pesos. Tragó saliva y con un hilo de voz contestó:

¿No se estira un poco más Don José? La cosa esta dura pero por ser usted, dijo haciéndose el generoso, le doy 15 pesos, ofertó José.

Cuando estaba a punto de estrechar la mano y sellar el acuerdo, uno de los paisanos de la barra interrumpió:

Perdón ¿usted es Cirilo? ¿Es Cirilo Moreira? ¿Quién fue capataz en la estancia “La Isolda"?.

Si contestó Cirilo.

Ya me parecía, usted no se acuerda de mí, pero yo sí. Venga, venga tómese algo con nosotros. Sírvale una caña al amigo y deme el facón Don José dijo aquel hombre con determinación.

Cirilo quedó desorientado y perturbado por no poder cerrar el trato. Ahora comenzó hablando el hombre mientras Cirilo le entraba a la grapa, (que mal no le venía).

Hace una pila de años usted era capataz en la estancia. Yo era un mocito alambrador, lo que se dice trabajador golondrina. Una noche usted me prestó su alazán tostado. ¿Tenía un alazán verdad? Cirilo asintió. Bueno me lo prestó para ir a comprar un remedio para mi finadita, en ese entonces era mi novia, le digo más me prestó 2 pesos que me faltaban. ¿Se acuerda?

—A decir verdad, no me acuerdo.

Bueno yo sí. Y nunca se lo pude devolver, era tan pobre que, ni caballo tenía, concluyó. Déjeme que lo ayude, dijo aquel hombre.

¿Me va a comprar el facón? preguntó Cirilo.

Algo mejor tome dijo y metió 15 pesos en su bolsillo y lleve este facón que seguro que vale más que 15 pesos —lo gritó bien fuerte, para que escuche Don José. Por último apretó bien fuerte la mano y mirándolo a los ojos, dijotenga fe si es creyente o confianza si no lo es. La taba no cae siempre de culo, ya va a cambiar la racha, ya va ver. Sé que anda con suerte reculativa, pero ya va a canjear. Quedamos a mano, mi amigo. Ya no le debo nada y usted a mí tampoco.

Así lo despidió.

Cirilo montó su caballo y salió contento de no haber vendido el facón al ladino de Don José.

Plata en mano pasó por el almacén de Visconti. Compró yerba, harina, galleta y carne, se tentó de llevar tabaco. Pero prefirió guardar esos dos pesos que le quedaban para dárselo a Tomasa, seguro ella le iba a dar mejor destino, pensó. Cuando llegó, el sol ya estaba alto y los perros ladraron. Abrió la puerta y la encontró a su mujer secándose el pelo con la toalla. Me lave todito el cuerpo con agüita calentita y me hizo bien, me siento mejor dijo Tomasa mientras arrimaba leña para calentar agua. Me voy a hacer un té de yuyos para calentar las tripas agregó.

Cirilo dejó las cosas sobre la mesa, que ahora no la veía tan desvencijada. Observó que la cortina había sido costuriada por Tomasa. Mientras bebía su té, Cirilo le contó su experiencia en la talabartería ante los ojos incrédulos de su mujer. Le dio los dos pesos sobrantes y agregó que aquel buen hombre le había dado algo más, algo que él había perdido hacía tiempo. Volvió a guardar el facón sobre el ropero y puso a cocinar la carne sobre las brasas mientras se cebó unos mates. El sol entró por la ventana con presagios de algo mejor. Comieron de buen ánimo, gustosos la carne con galleta. Levantando los platos Tomasa preguntó:

¿Y qué otra cosa te dio ese buen hombre?

Cirilo se limpió su boca con el brazo y luego contesto:

Me dio esperanza Tomasa, la esperanza todita me dio.




*Luis Seroni nació en la cuidad de Quilmes, provincia de Buenos Aires en 1962. Vive en Bariloche desde los años 90. En el 2019 editó su primer libro Dejando el silencio atrás.

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Podes leer otro de sus cuentos ACÁ.


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